Síndrome X-frágil: la visión de dos generaciones
Elisabeth intentó alertar a su familia y al médico pero la respuesta que le daban era la típica de “no te preocupes” o “a lo mejor es por tu forma de educarle”. Cuando Paul entró en preescolar, el pediatra decidió hacerle algunas pruebas y un cariotipo. “Recuerdo que pensaba que los resultados me tranquilizarían de una vez por todas porque daba por hecho que serían negativos.” Por desgracia, no me tranquilicé: Paul fue diagnosticado de síndrome de X- frágil cuado tenía 2 años y medio. “Creí que mi mundo había dado un giro de 180º.”
Una década más tarde, cuando Elisabeth se enteraba de la enfermedad de su hijo, muchas cosas habían cambiado. El gen FMR1 responsable del síndrome fue descubierto en 1991 y ya existía la organización de pacientes Le Goëland - que hacían muchas cosas para sensibilizar a la población - pero aún así, Elisabeth no recibió mucha ayuda cuando le anunciaron su diagnóstico. “El pediatra no dijo gran cosa y yo no comprendí la realidad de la enfermedad. Mi hijo padece la forma “mosaico” del X- frágil y físicamente estaba bien. Yo no estaba preparada para lo que venía después.” Un genetista le habló a Elisabeth de Le Goëland y en seguida se reunió con otros padres y se implicó. “Queremos lo mismo: consuelo de otros pacientes, saber que sus vidas diarias se parecen a las nuestras, ayuda para afrontar nuestros miedos, nuestra culpa” narra Elisabeth.
Viviane cree en el “increíble” equipo que la rodeaba a ella y a su familia. “Mis compañeros, los genetistas, médicos y terapeutas hicieron que nuestra familia fuese fuerte, permaneciéramos juntos y afrontáramos este síndrome, al que considero un extraño que se entromete en tu vida obligándote a cumplir sus leyes.” Elisabeth, por desgracia, no contó con esta ayuda. Su marido la abandonó poco tiempo después del diagnóstico y ella sola tuvo que lidiar con todo. Durante tres años intentó entenderlo. “Paul era un paciente externo y acudía a clase dos mañanas a la semana. Otros padres se quejaban de que alteraba a los otros niños, no se le hacían concesiones ni en la escuela ni en el hospital, sólo se le mantenía ocupado,” recuerda Elisabeth. La madre decidió cambiarles a una maravillosa escuela en Châtelaillon donde había una clase integrada para niños con necesidades especiales (CLIS). A Paul le cuidaban, estaba involucrado en muchas actividades, hizo amigos y disfrutó cada minuto. Pero el último año empezó la enseñanza secundaria. “Estaba perdido; sólo estuvo en la escuela dos horas antes de que le enviaran en taxi a otro lugar donde no hacía nada. Tuvo dos crisis; la escuela le envió al hospital psiquiátrico donde le medicaron y permaneció unos días. Después, ¡le expulsaron dos días!” recuerda Elisabeth.
Viviane pasó años sin un diagnóstico y sin asistencia médica. No existían las clases integradas en el colegio y los niños que repetían un curso era enviados inmediatamente al Instituto Médico y Educacional (IME). En el IME, ¡el diagnóstico era realmente tabú! “Hace 20 años, decían que bastante sufrimiento era tener un hijo discapacitado, así que ¿para qué ponerle nombre? Así mis hijos estuvieron en el IME, fueron tratados como todos los demás y nosotros pagamos a los terapeutas privados.” Viviane y Xavier siguieron trabajando a tiempo completo para poder dar sus hijos la asistencia correcta. Viviane hacía turnos de noche y Xavier trabajaba durante el día. Les costó cuatro años a Sebastien y Antoine entender el significado del tiempo, además de mucha paciencia, dibujos, organización militar, disciplina, fe. “Mi energía es proporcional al impacto de ser una madre que ha transmitido el síndrome a sus hijos,” dice Viviane, quien ahora preside la Alliance Maladies Rares. Antoine y Sebastien trabajan en Centros Especiales de Trabajo (CAT) donde el antes niño hiperactivo concentra su pasión por la soldadura de precisión.
Paul ha cambiado otra vez de colegio y ahora está interno, a cuatro horas de casa en coche. “Resulta duro estar separados. No puedo tenerlo en casa porque resultaría muy caro. No puedo mudarme porque tengo mi trabajo aquí, así que no tengo otra opción,” dice tristemente Elisabeth.
*se han cambiado los nombres
Este artículo se publicó por primera vez en el boletín de EURORDIS de Junio 2011
Autor: Nathacha Appanah
Traductor: Conchi Casas Jorde
Fotos: © EURORDIS & V.Viollet
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