viernes, 4 de octubre de 2013

La última vida del primer antirretroviral | Sida y Hepatitis | elmundo.es

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ESTUDIO | En mujeres francesas

La última vida del primer antirretroviral

La Zidovudina, o AZT, fue el primer medicamento contra el sida. | AfpLa Zidovudina, o AZT, fue el primer medicamento contra el sida. | Afp

La zidovudina, más conocida como AZT, es un medicamento que ha tenido varias vidas. La primera, de la mano de su creador, Jerome Phillip Horwitz, un científico estadounidense que en 1964 la sintetizó por primera vez, gracias a una beca de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) y mientras trabajaba en el Barbara Ann Karmanos Cancer Institute.

Esta primera etapa de su existencia no fue nada gratificante. Desarrollada como un tratamiento frente al cáncer, la zidovudina ni siquiera llegó a ensayarse en humanos. Sus efectos tóxicos en ratones la descartaron para las fases más avanzadas de la investigación. Como recogió 'The New York Times' en su obituario Horwitz declaró a la prensa que, tras este fracaso, puso literalmente el fármaco, y otros similares, "en una estantería". Para consolarse a sí mismo, eso sí, bromeó con los colegas de su posterior destino, la Wayne State University, con que había creado "una serie de compuestos muy interesantes, que solo estaban esperando a la enfermedad adecuada".

Una década después, la zidovudina salió del estante brevemente. El científico alemán Wolfram Ostertag, que trabajaba en el Max Planck Institute, decidió estudiarla frente al virus de la leucemia felina (FLV). Aunque mostró cierto efecto, las investigaciones no fueron más allá y el compuesto acabó en las estanterías de una compañía farmacéutica, Burroughs Wellcome (actual GlaxoSmithKline), donde se archivó con el código 509US1.

La tercera vida del AZT comenzó 10 años más tarde y llevó a la molécula, administrada en forma de comprimido, a la máxima cúspide de la fama. Esta etapa comenzó en octubre de 1984, cinco meses después de que un estudio publicado en 'Science' culpara a un nuevo retrovirus del síndrome de inmunodeficiencia humana llamado sida que se había descrito tan solo tres años antes.

Los laboratorios farmacéuticos de todo el mundo se apuntaron a la carrera para desarrollar el primer medicamento que fuera capaz de acabar con el virus –sí, en aquella época se pensaba que el virus se lograría erradicar del organismo-. El primer paso fue recuperar moléculas desechadas para otras enfermedades que pudieran ser útiles para el nuevo patógeno.

Y eso es lo que hizo con 509US1 Burroughs Wellcome. Curiosamente, el laboratorio no contaba con instalaciones suficientes para probar el fármaco en células humanas del VIH y lo testó primero en formas animales de la enfermedad. Para el siguiente paso, pidió ayuda al Instituto Nacional del Cáncer de EEUU, donde se demostró que algo podía por primera vez detener al virus del sida.

En marzo de 1987 y con miles de pacientes esperando el milagro, la FDA (el organismo que regula los fármacos en EEUU) aprobaba el AZT como tratamiento para el sida. Casi un año después, Burroughs Wellcome obtenía la patente. Como se cuenta en esta carta publicada en 'The Lancet', esto generó cierta polémica, ya que hay quien decía que el mérito distaba de ser tan solo del laboratorio.

En su tercera vida, el AZT pasó a la historia. Pacientes a punto de morir empezaban a paliar sus síntomas y este inhibidor análogo de los nucleósidos pasó a la historia como el primer fármaco antisida, aunque pronto se vio que sus efectos no duraban demasiado y la toxicidad era elevada. Pero había supuesto el paso de no tener nada a contar con algo.

Esta etapa del AZT finalizó con el desarrollo de nuevos fármacos de su clase menos tóxicos y, sobre todo, con la introducción de la triple terapia antirretroviral, en la que el nucleósido era uno más de los tres fármacos necesarios para controlar la replicación del virus, los que han convertido a la infección por VIH en una dolencia fácil de controlar si se cuenta con los recursos adecuados.

Pero el AZT aún tendría una cuarta vida. Lo haría como fármaco de elección para evitar la transmisión vertical del VIH, la que va de la madre seropositiva al recién nacido. Ahora, un estudio francés publicado en la revista 'Clinical Infectious Diseases', confirma que el medicamento sigue siendo útil para este fin, pero solo en un pequeño grupo de madres, aquellas que presentan fracaso virológico (sus antirretrovirales dejan de hacer efecto durante el embarazo) o las que no tienen la carga viral indetectable cuando dan a luz, una minoría al menos en los países desarrollados. En el resto, aunque las guías clínicas siguen recomendándolo, la administración intravenosa del fármaco "parece ser innecesaria", según concluye el estudio.

Como explica Juan Carlos López Bernaldo de Quirós, especialista en VIH del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, en España el uso de este medicamento es ya residual. Sin embargo, señala el facultativo, en su día supuso toda una revolución para acabar con la transmisión del VIH a los más pequeños.

En 1994, cuando aún no existía la triple terapia antirretroviral (TARGA), el 'New England Journal of Medicine' publicaba el estudio 076, que demostraba que el AZT reducía la transmisión vertical del 25,5% al 8,3%.

"Había que administrarlo en el embarazo, en el recién nacido por vía intravenosa y durante seis semanas después del parto. Fue la piedra filosofal del tratamiento de la transmisión vertical", recuerda López Bernaldo de Quirós. Las cosas aún mejoraron más cuando llegó la TARGA. "Añadiendo nuevos fármacos al AZT, se consiguió reducir casi a 0 el riesgo de transmisión, siempre que las madres no dieran el pecho a sus hijos", explica el médico. Posteriormente, se desarrollaron nuevos nucleósidos, más seguros que el AZT, pero con casi ninguno se hicieron ensayos para probar su eficacia en transmisión vertical. Esto explica que su recomendación siga en las guías de práctica clínica. Y explica también que, en el estudio francés, 95% de las mujeres participantes –que dieron a luz entre 1997 y 2010- hubieran recibido el fármaco.

Sin embargo, el médico español reconoce que en la actualidad las cosas no son así. "La mayoría de las mujeres seropositivas que dan a luz ya lo son en el momento de quedarse embarazadas; es raro que un ginecólogo detecte la infección por primera vez en una gestante". Por esta razón, la práctica clínica común es mantener a las mujeres con el tratamiento que llevan antes del embarazo, que nunca incluye a la zidovudina.

Pero, para los autores del estudio recién publicado, el AZT todavía se puede usar como solución para esas mujeres que llegan al parto con el VIH descontrolado. Solo el tiempo dirá si esta es de verdad la última vida del primer antirretroviral.

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