Domingo 18 de noviembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Reflexiones
Los gordos que supimos conseguir
Podemos comer todo el tiempo, en las cantidades que queramos y sin más esfuerzos que pagar: la combinación entre el gen ahorrador, el sedentarismo obligado y la disponibilidad creciente
Mal que nos pese (y por cierto nos pesa), la obesidad es un triunfo evolutivo, una expresión del éxito humano en la posibilidad de encontrar y acumular alimentos.
En los 50, los gordos, pero gordos de verdad, eran una rareza. La comida era un bien escaso. "Pero hoy llamás y te traen lo que quieras", dice el biólogo Marcelo Rubinstein, que estudia los mecanismos de saciedad, esos que permiten (cuando funcionan, claro), decirle basta a la comida.
Imaginemos qué pasaría si los animales salvajes en lugar de pasar la mayor parte de sus días buscando qué comer, de qué manera reproducirse y cómo protegerse de predadores, pudieran sentarse a mirar la TV y ordenar al delivery. Algo de eso sucede con los perros y gatos domésticos, que pasan buena parte de sus vidas con todo resuelto y cómodamente instalados en el mejor sillón de la casa. Viven más, pero tienen enfermedades impensadas para pichichos y felinos, y, en tanto, la medicina veterinaria está desarrollándose en especialidades cada vez más complejas (y más caras).
Es la famosa teoría del gen ahorrador, muy útil para explicar por qué engordamos: el ser humano primitivo, enfrentado a duras condiciones de vida para conseguir alimentos, fue desarrollando una enorme capacidad adaptativa para comer todo lo que pudiera cuando fuera posible y almacenar para épocas de escasez. Pero resulta que hoy podemos comer todo el tiempo, en las cantidades que queramos y sin más esfuerzos que pagar: la combinación entre el gen ahorrador, el sedentarismo obligado y la disponibilidad creciente (para los que pueden pagar). Un auténtico drama.
Volvamos a las panzas demasiado llenas. Y a sus paradojas.
Primera paradoja: el último informe de la Federación Internacional de la Cruz Roja advierte que por primera vez mientras 1500 personas padecen exceso de peso, 925 millones deben soportar hambre crónica. "Si el libre juego del mercado redundó en que el 15% de la humanidad padezca hambre, mientras el 20% tiene sobrepeso, algo va mal", dice el informe.
Claro. Acumular es una cosa. Distribuir, otra.
Nueva paradoja: la irrupción brutal de la obesidad es consecuencia de que comemos más pero nos movemos menos.
"Hoy el movimiento no se practica, se mira por TV", dice la doctora Patricia Aguirre, antropóloga especializada en alimentación. Moverse sería una forma de equilibrar ingresos y egresos. No hablamos de los grandes movimientos, como correr maratones, sino también de pequeñísimos gastos de energía. Por ejemplo, subir y bajar las ventanillas de los autos a mano, no con una tecla.
"Hoy se receta moverse, pero cuando los chicos se mueven los medicamos para obligarlos a sentarse y no portarse mal", afirma la antropóloga.
Otra paradoja: el cuerpo es protagonista central de la escena cotidiana. Pero es, al mismo tiempo, uno de los actores más negados.
Juana Poulisis, médica especializada en trastornos de la alimentación, escribe: "Antes, para intercambiar con alguien teníamos que ir hacia... Hoy nos conocemos a través de una pantalla. Es un nuevo modo de comunicarse en forma remota e instantántea, un juego de exhibicionismo y al mismo tiempo de eliminación del contacto corporal".
La contradicción es fantasmagórica: la industria del adelgazamiento inventa miles de dietas de todo tipo, incluidas las peligrosísimas bajas calorías, nos dice que tenemos que vivir quemando grasas y lucir según modelos físicos inalcanzables. Mientras, ofrece comida aquí y allá sin que sea necesario movernos del sillón.
En tanto, por la tele (y acá, en la esquina, también) millones afrontan necesidades básicas insatisfechas. O directamente mueren de hambre.
¿Qué palabra podría englobar este fenómeno tan contrastante que apabulla? Se me ocurre una: malnutrición. Hay alimentos para todos, pero estamos malnutridos. Por exceso o por falta. Biológica, pero también éticamente
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