viernes, 27 de noviembre de 2009

Los sonidos de la vida


Opinión. Voz de los expertos
Opinión / JANO.es
Los sonidos de la vida
José Luis Turabián

Especialista en Medicina de Familia y Comunitaria. Centro de Salud “Polígono Industrial”. Toledo
20 Noviembre 2009



Médicos y pacientes hablamos en lenguajes diferentes. De esta confusión de lenguas es de donde surgen buena parte de los conflictos que caracterizan la relación asistencial
José Luis Turabián

“El diagnóstico y tratamiento dependerán de la interacción de dos narrativas: la del paciente que aporta sus datos particulares y que da sentido a su experiencia de la enfermedad, su sufrimiento y a la transformación de su vida; y la del médico en su mundo técnico”.

Estando una vez en Bloomsbury, el barrio de Londres, encontré un bar llamado Valencia, y aunque los dependientes tenían aspecto árabe y vendían kebab y baklawa, su nombre me resultó atractivo. Repetidos viajes me llevaron siempre a la esquina del bar Valencia. Al paso de los años, los dependientes –muchos eran siempre los mismos– llegaron a reconocerme y me saludaban afectuosamente.

Una vez, finalmente, me decidí a preguntarles por el nombre del establecimiento. ¿El dueño era español? ¿De Valencia, supongo…? ¿O tal vez procedían de allí? Me veía ya festejado con una paella… Se quedaron muy extrañados. Nunca nadie les había preguntado tal cosa… El dueño era un francés de origen árabe apellidado… Valencia. Ya puestos a ello, sentían de todos modos curiosidad por saber dónde estaba Valencia. Cuando les aseguré que no estaba lejos de Argel, se marcharon a hacer sus cosas, por la barra y la cocina del bar, más bien satisfechos. Aunque el bar Valencia de repente perdió todo su halo de complicidad conmigo, y perdí toda posibilidad de comer paella, sus pasteles con pasta de nueces, hojaldre y almíbar estaban muy ricos…

Las mismas palabras significan muchas cosas, y cada persona atribuye significados a las suyas. Estamos en la Torre de Babel: “Más Yavé descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros». (Génesis 11:1-9)”.

Médicos y pacientes hablamos en lenguajes diferentes. De esta confusión de lenguas es de donde surgen buena parte de los conflictos que caracterizan la relación asistencial hoy. Cuando el paciente nos cuenta su historia, su relato tiene las referencias de algo que ocurre en múltiples dimensiones, siendo sólo posible objetivar los hechos en algunas de ellas.

El diagnóstico y tratamiento dependerán de la interacción de dos narrativas: la del paciente que aporta sus datos particulares y que da sentido a su experiencia de la enfermedad, su sufrimiento y a la transformación de su vida; y la del médico en su mundo técnico. Si el paciente siente que su voz es bienvenida, empezará a escucharse y a identificar con más claridad el significado de cada síntoma y evento relacionado con su enfermedad. También podrá nombrar, poco a poco, los nudos que le frenan en su viaje por la enfermedad.

El entendimiento humano es inevitablemente imperfecto, pero la atención médica a la narración del paciente permite conocer las circunstancias. Como sabios médicos, necesitamos primero imaginar y luego entender las narraciones que nos cuentan nuestros pacientes y a las cuales, sanos o enfermos, ellos deben regresar tras la consulta. El caso médico tiene siempre dos historias: la patología y la experiencia. Los casos son “anécdotas”, pero debido a que cada caso es diferente, necesitamos saber trabajar con “anécdotas”.

Los médicos de familia somos unos privilegiados: podemos escuchar los detalles íntimos de otras vidas y, sin embargo, la mayoría tratamos de dedicar a ésto el menor tiempo posible para poder etiquetar los síntomas. Nos fijamos con gran atención en cada insinuación que sugiera el origen orgánico del problema, interrumpiendo al paciente, pidiéndole detalles tan sólo unos segundos después de que empezó a hablar. Así desaprovechamos el contexto de sus síntomas y reducimos el drama de la vida a un protocolo o a un formato de historia clínica electrónica. Oímos las palabras y las clasificamos como síntomas, pero no oímos los elementos clave del tono de la voz, las expresiones lingüísticas y su mundo psicológico.

Los estudiantes, los residentes y los médicos en ejercicio están abrumados por el peso de la memorización y las intervenciones tecnológicas, mientras que se ignoran las capacidades de comunicación y el valor terapéutico de la relación médico-paciente.

Una de las grandes virtudes de las narraciones es su capacidad de contextualización, de hacer que el arquetipo, el protocolo, se encarne, se haga carne, adquiera rostro y, además, inscribirlo en una circunstancia física y material determinada. Entender las historias narradas no sólo significa entender a la persona, sino (en consecuencia) entender la enfermedad (en esa persona –contextualizar). Eso es lo que cabe exigir a las narraciones. Que nos transformen, que nos hagan sensibles a aspectos de la existencia que nos habían pasado desapercibidos.

“Los estudiantes, los residentes y los médicos en ejercicio están abrumados por el peso de la memorización y las intervenciones tecnológicas, mientras que se ignoran las capacidades de comunicación y el valor terapéutico de la relación médico-paciente”

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